Dicen todas las guías turísticas que mientras Tokyo representa la modernidad, la alta tecnología y el culto a la moda y a la novedad, Kyoto, capital imperial durante muchos siglos, representa la tradición.
Nos fuimos a Kyoto en el Shinkansen y tuvimos la oportunidad de ver en el camino el monte Fuji, que los japoneses veneran como a un dios. La verdad es que es imponente, un enorme cono casi perfecto con sus nieves eternas.
En el tren vimos a un luchador de sumo, no de los más gordos pero nos pareció enorme, con su bata y su moño. Le hicimos una foto de lejos, no fuese a ser que se molestase.
Pasamos durante mucho rato por paisajes nevados. Hicimos fotos que parecen en blanco y negro.
A Mónica casi no la vi porque se encontró con una pareja encantadora de Madrid, Kike y Bea, que están “a vueltas por el mundo”. Os recomendamos su blog. Bea es periodista y hace unos post entretenidísimos. Son una pareja fantástica y aunque sólo estuvimos un rato con ellos nos parecieron una gente estupenda. Nos hicimos una foto con ellos al llegar a la estación de Kyoto.
Llegamos a Kyoto con hambre y a deshora, pero encontramos un restaurante abierto cerca del hotel donde nos comimos un buen sushi. Yago estaba un poco cansado de japonesadas y pidió un filete con patatas buenísimo.
Una cosa curiosa de los restaurantes japoneses que creo que no he comentado hasta ahora son las vitrinas con los modelos en plástico de los platos. Los hay verdaderamente realistas, otros más cutres. En todo caso es de lo más kitsch. Parece que es toda una industria la fabricación de modelos de platos en plástico.
Después de comer nos dimos una vuelta. ¿Cómo de fácil creéis que es comprar pasta de dientes en Japón?
Enseguida se hizo de noche. Los niños no querían andar más y los dejamos en el hotel. Nos fuimos Mónica y yo a dar un paseo por el barrio de Gion, el barrio de las geishas, el más tradicional de Kyoto. Ya era de noche pero nos encantó el barrio. Es precioso, con callejuelas y casas tradicionales, restaurantes con esa elegancia sencilla japonesa. Por cierto que algunos restaurantes son sólo para japoneses. Pasa lo mismo en Tokyo con los bares de copas, en algunos no dejan pasar a extranjeros.
Por la noche cenamos en el hotel y nos fuimos a la cama. Por la mañana José se despertó malísimo con diarrea y vómitos. Carmen también decía que se encontraba muy mal después del desayuno pero la verdad es que al principio pensamos que era por simpatía (el clásico “yo peor”). Nos quedamos en el hotel toda la mañana. José fatal, Carmen con algo de diarrea. Hacia las 2 de la tarde ya la cosa parecía que se estabilizaba, José se encontraba mejor y lo de Carmen no iba ni para adelante ni para atrás. Nos fuimos a la calle Mónica, Yago y yo, al famoso mercado de Nishiki, que estaba muy cerca del hotel. Comimos un sushi buenísimo por allí, bastante cargadito de un wasabi amarillo que picaba a rayos. A Yago le lloraban los ojos.
El mercado es divertidísimo, con un montón de puestos de lo más colorido, con todo tipo de cosas raras y mucho ambiente.
En el camino vimos lo que parecía un pequeño cementerio. Y también un sitio de photo-party como los que vimos en Tokyo, pero con unas clientas muy tradicionales.
Una tienda de cuchillos y enseres de cocina de cobre.
Sellos de caucho ¿?
Había como una especie de piruletas de pulpitos y de otros bichos.
No podían faltar los dulces tradicionales.
Frutos secos de todo tipo (incluidos melocotones, plátanos, etc).
Legumbres y verduras con una pinta estupenda…
… y otras con no tan buena pinta.
Hay cosas que no sabes lo que son y mejor no preguntar.
Los modelos de plástico también están a la venta.
Y los inefables escabeches japoneses…
Cuando habíamos terminado de ver el mercado nos enviaron un mensaje José y Carmen que la cosa iba a peor y allá nos fuimos. José estaba mejor pero Carmen estaba vomitando sin parar y así estuvo las siguientes horas. Le dimos lo que llevábamos en el botiquín pero no funcionó, y cuando llevaba más de 12 horas sin ingerir ni un traguito de agua llamamos al seguro para ir a un hospital.
Lo del hospital fue todo un número. Primero nos llamó un tal Watanabe de la agencia de seguros japonesa con la que trabaja nuestra agencia española. Nos dijo que nos enviaría un fax al hotel indicándonos a qué hospital teníamos que ir. Así fue y nos cogimos un taxi hacia allá Mónica, Carmen y yo. Resultó ser un hospital bastante pequeño cerca de la estación de tren. No había nadie salvo tres chavales jóvenes con bata blanca y mascarilla en lo que parecía la recepción. Ninguno hablaba ni una palabra de inglés. Pero sacaron un formulario en japonés e inglés para poner los datos del paciente y una silueta de una persona para marcar donde estaba el problema. Lo rellené poniendo una cruz en la barriga y nos quedamos esperando delante de ellos. Carmen se había dormido en el regazo de Mónica. En los siguientes 15 minutos los tres tipos no pararon de hablar entre ellos y de mirarnos. Hicieron un par de llamadas de teléfono. Luego nos llamaron y nos enseñaron un mapa indicándonos otro hospital. Yo le dije que llamaran al tal Watanabe que me lo explicara en inglés y así hicieron. Mil disculpas y bla bla pero no hay pediatría de urgencias hoy. La verdad es que casi lo agradecimos porque el hospital no tenía muy buena pinta y al que nos enviaban se llamaba Hospital Central de Kyoto y parecía más grande. Nos montamos en otro taxi después de la última vomitona de Carmen (que hacía horas no tenía nada en el estómago pero aún así seguía dale que tienes) y después de unos 15 minutos llegamos al hospital. Efectivamente era mucho más grande, pero el aspecto era igual de desolador. Debimos entrar por lo que era urgencias, pero allí no había nadie más que tres personas en un atrio gigante lleno de sillas puestas en plan clase, los tres mirando hacia una pantalla grande que cuando dimos la vuelta vimos que estaba apagada. Nos recordó mucho a Poltergeist. Se ve que aquí los japoneses, aunque la mayoría está cubierto por la seguridad social pública, no van de urgencias al hospital. Uno equivalente en España seguro que estaría mucho más animado. Me indicaron una ventanilla y allí fui. El tipo hablaba dos palabras de inglés, pero me dio otro formulario en japonés e inglés. Luego se fue y volvió con una tarjeta que luego me di cuenta que tenía el nombre de Carmen en japonés, lo cual le hizo muchísima ilusión (a Carmen le encantan las tarjetas). Aún la guarda de recuerdo. A los 5 minutos vino una enfermera con un termómetro, hablando japonés sin parar. Le puso el termómetro y tenía un par de décimas. Todo esto sin parar de hablar japonés. Se marchó por donde vino. Como a los 15 minutos sonó un anuncio por los altavoces, completamente ininteligible para nosotros. En ese momento a Carmen le volvieron las arcadas y nos levantamos enseguida para buscar un baño. En esto que hacia el final del atrio vimos a un tipo sonriente con bata blanca y fonendo, haciendo ademán de que le acompañásemos. O sea que el anuncio era para llamarnos a nosotros. El médico hablaba 4 palabras de inglés, lo suficiente para explicarle más o menos lo que pasaba. Le hizo una sencilla exploración y dijo que no nos preocupásemos que no estaba deshidratada. Pero que necesitaba tomar medicina para cortar las náuseas. Entonces nos empezó a decir que tenía que ponerse un “suppo” que yo entendí que era un supositorio, pero por si no nos quedaba claro, el tipo se levantó un poco de la silla y con la mano con los cinco dedos juntos empezó a hacer ademán de meterse el supositorio mientras decía “¡suppo, suppo!”. La situación era de lo más cómica. Lo repitió varias veces para asegurarse de que lo habíamos entendido y que la niña no se iba a tragar el supositorio. Además el tipo no paró de sonreír en todo el tiempo que estuvimos con él, de esta forma japonesa que no sabes si es que les haces mucha gracia o es que son así de naturaleza. En fin, después pagué la consulta y me condujeron a otra ventanilla donde me iban a dar los supositorios. Pero antes, el que me atendía me enseñó una carpeta en la que se veían varios idiomas. Me dio como a elegir. Elegí inglés (los otros idiomas eran japonés, chino y coreano) y entonces abrió por la página y me dio una encuesta rarísima, que me preguntaba que si me parecía bien la información en inglés que había recibido, si creía que el hospital debería seguir esforzándose en facilitar información en inglés y qué hubiera hecho si no se me hubiese facilitado la información en inglés. Era ya la una de la mañana y lo encontré todo tan surrealista que lo rellené rápidamente, me dieron los supositorios y nos largamos de allí pitando.
Carmen durmió muy bien toda la noche, ya pudo beber un poco de agua y a la mañana siguiente ya parecía que estaba perfectamente. Aún así nos lo tomamos con calma y hasta cerca de mediodía no salimos del hotel. Cogimos un tren para ir a Fushimi-Inari, uno de los templos más conocidos. En Kyoto hay muchos templos, cada cual más bonito. Llevábamos dos días en Kyoto, la mitad de los cuatro que teníamos previsto, y aún no habíamos visto ningún templo. Pero la gastroenteritis no estaba prevista. Tiene guasa que después de estar en Vietnam en sitios de higiene más que dudosa, nos pusiésemos enfermos en Japón, probablemente de los países más asépticos del mundo.
Fushimi-Inari es famoso por las miles de puertas naranjas a lo largo de los senderos que suben a la montaña. Es un sitio que tiene una magia especial y es de lo más fotogénico. Los senderos te llevan a una serie de templos. Nosotros no lo recorrimos todos porque es muy grande y aunque Carmen y José estaban bastante bien, había que dosificar fuerzas. Pero lo que vimos nos encantó.
En el paseo hacia los templos había algunos puestos de lo más variado. En uno compramos unos palillos para comer. Luego había un tipo haciendo como unos buñuelos de pulpo. Ninguno nos atrevimos.
También había codornices al grill.
Animados por el éxito de la visita decidimos ir hasta el templo de Nanzen-ji, desde donde sale un paseo muy agradable que se llama Paseo de la Filosofía hasta el templo Ginkaku-ji o Pabellón Plateado. La verdad que todo muy bonito. Los japoneses tienen muy buen gusto para los edificios, los jardines… Crean ambientes muy especiales.
Dejamos el último templo ya al atardecer y nos fuimos al hotel a descansar. A la hora de cenar no nos apetecía andar mucho o sea que buscamos un sitio cerca del hotel. Encontramos uno con buena pinta que ofrecía las especialidades típicas de carne. Entramos y nos subieron a un reservado muy agradable. Aquí los restaurantes no son para ver y dejarse ver, de lo que se trata es tener intimidad. Pedimos sukiyaki, una especialidad que consiste en carne fina en lonchas con verduras y tofu que se cocina en la mesa en una sartén. Una vez cocinado se moja en huevo crudo batido antes de comértelo. La verdad es que nos encantó aunque la cantidad de comida era tal que quedamos saturados. Y el tema del huevo crudo te puede llegar a repugnar un poco. Quizá no fue la mejor cena para después de la gastroenteritis pero no hubo problema. Y en todo caso la experiencia fue fantástica y muy japonesa, con la mujer cocinando allí para nosotros. Eso sí, la comunicación con ella, como siempre, imposible.
El aperitivo.
La materia prima y el huevo batido.
Primero cocina solo la carne.
Luego con las verduras, y al final el resto de las verduras solas.
Carmen contenta. El supositorio mágico del Doctor Sonrisas hizo su efecto.
Y el postre, un poco de fruta, con unas fresas completamente blancas por dentro, pero muy sabrosas.
La sobremesa con té.
Al día siguiente fuimos a ver el famoso bosque de bambú de Arashiyama. Está un poco lejos del centro y fuimos en tren y en tranvía. El bosque es bonito aunque nos decepcionó un poco porque no es muy grande y nos lo imaginábamos como más natural. En Japón en realidad no hay naturaleza salvaje, todo está modificado e intervenido por el hombre. El bosque es más como un jardín de bambús por el que pasa una carretera con tráfico de taxis y un tren por el lateral. No puedes pasear más que por la carretera, que tiene unos cierres de paja alta que en zonas apenas te dejan ver el bosque. De todas formas merece la pena verlo, el bambú es precioso y con el sol da una luz muy especial.
Desde Arashiyama cogimos un autobús a Kinkaku-ji, el famoso Pabellón Dorado. Aquí esperando al autobús.
El edificio es espectacular, lástima que sólo se pueda ver por fuera. El entorno también es precioso.
Nos fuimos a descansar un rato al hotel y hacia las 5 José, Yago y yo nos cogimos un taxi para ir a ver la puesta de sol a Kiyomizu-dera, un templo en la cima de una colina con una vista muy bonita de Kyoto. Estaba muy animado y nos gustó mucho.
De vuelta al hotel a dormir. Al día siguiente nos volvíamos a Tokyo, con ganas de ir a un par de sitios que se nos habían quedado por ver y que nos apetecía. La verdad es que Kyoto hubiera dado para bastante más que el par de días efectivos que lo aprovechamos, pero igualmente lo disfrutamos.
Jorge
One Response to “Kyoto”
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Otro Mac Cain, espero que en Africa no dejeis solos a los niños, se los puede comer un león. Yaguito que éxito con las japos, tú que ibas a ser zoltero. Carmen con suppo o sin él sigues preciosísima.
besos a todos