Japón era uno de los destinos que desde el principio del viaje me apetecía más, a mí y también al resto de la familia. Habíamos escuchado muchas historias sobre el país y las expectativas eran muy altas. Nos quedaban dos semanas por delante y en principio el plan era visitar sólo Tokyo y Kyoto. También nos habían hablado de los monos de nieve cerca de Nagano y pensamos que quizá iríamos un día desde Tokyo.
Juan Pablo nos recomendó quedarnos en la zona de Akasaka, un barrio muy japonés, muy central pero tranquilo y bien comunicado para visitar los típicos barrios turísticos de Tokyo. Allí encontré un hotel a un precio muy razonable y lo reservé por correo electrónico unos pocos días antes de llegar.
Volamos desde Hong Kong al aeropuerto de Haneda, que tiene una terminal internacional nueva que está muy bien. Nos pareció muy práctico porque sólo se tarda media hora al centro de Tokyo, mucho más cerca que Narita.
La primera cosa que llama la atención de Japón es la pulcritud y la limpieza de todo. Parece que todo está nuevo y le sacan brillo constantemente. La segunda cosa que te das cuenta es que la comunicación es difícil. Muy difícil. Fuimos a la oficina turística del aeropuerto. Había una chica allí muy amable. Hablaba inglés, pero limitado. Le pregunté si para el taxi necesitaría tener escrita la dirección del hotel en japonés, y me la escribió inmediatamente en un papelito. Nos dieron una guía oficial y un mapa gratuitos en español, que nos resultaron de lo más práctico.
Los taxis son todos más o menos iguales, Toyota o Nissan, de aire retro, pero amplios y cómodos. Nos llamó la atención que nos cogieron a los cinco sin problema. Hay una cosa que te desconcierta muchísimo y es que las puertas de atrás las abre y cierra a distancia el taxista. No te lo esperas de un coche así. También chocan las puntillas como de Camariñas en los asientos. Y están llenos de aparatos. El taxímetro, un GPS enorme, una impresora para recibos, algo que te imaginas que será para cobrar con tarjetas y luego hay tres o cuatro más que no sabes para qué sirven. Muchos taxistas llevan guantes blancos y ninguno habla una palabra que no sea japonés. Moraleja, hay que llevar siempre escrito en japonés a donde vas. De todas formas no usamos mucho el taxi en Tokyo porque nos movimos en metro.
Llegamos al hotel y había restos de nieve en las calles. Había habido una ola de frío la semana anterior. Desde Patagonia que no estábamos a temperaturas por debajo de 10 grados. De todas formas nos hizo un tiempo estupendo en Tokyo.
Dejamos las maletas y nos fuimos al metro para ir a Ginza, uno de los barrios más famosos de la ciudad. La guía Lonely Planet dice que el mapa de metro de Tokyo es como un bol de fideos, pero que cuando lo entiendes y lo empiezas a usar te das cuenta que es el bol de fideos más ordenado que te puedas imaginar. Y es tal cual. Los trenes llegan a la hora y minuto exactos. Mirad por ejemplo esta serie de tres fotos que saqué un día cuando llegaba el metro a la estación. La hora de la izquierda es la programada y la de la derecha la hora real. Sin comentarios.
La frecuencia es tal que nunca esperas en el andén más de tres minutos. La densidad de la red te permite ir de tu origen a tu destino como mucho con un cambio de línea. Los trenes están tan limpios que podrías comer en el suelo (aunque no te dejarían). No hay un solo graffiti. Una maravilla que mueve cerca de 9 millones de pasajeros al día (40 millones si se incluye el tren en el área metropolitana de Tokyo).
El funcionamiento modélico del metro no es una casualidad. Aquí parece que todo funciona a la perfección. Todo tiene su sitio. Nos decía un amigo que vive en Tokyo que muchos japoneses no salen de Japón porque cuando van al extranjero se sienten agredidos constantemente. Lo puedes entender, en su país todo es fácil y funcional (sobre todo si eres japonés). Además, aquí no te tienes que preocupar si el taxista te engaña, si te roban la cartera o si te atropellan en un paso de peatones…
Me llevó un rato comprar los tickets de metro. Algunas máquinas están en inglés, pero curiosamente no puedes comprar de una tacada 2 billetes de adultos y 3 de niños. Tienes que hacerlo en un par de etapas. Te lleva un tiempo entender cómo funciona el metro, pero una vez lo haces es fácil de manejarse. Una complicación es que las líneas pertenecen a dos compañías de metro diferentes y los tickets de una no te sirven para la otra (a pesar de que hay unos tickets de transfer). También hay dos líneas de tren de dos compañías diferentes, con tickets distintos. Lo más práctico es comprar unas tarjetas electrónicas inteligentes que puedes recargar y las pones encima de la barrera cuando entras y sales del metro o el tren, se abre y te descuenta lo que corresponda. Pero no llegamos a comprarlas porque para los niños había que llevar identificación encima y cuando encontrábamos la oficina no llevábamos los pasaportes y cuando llevábamos los pasaportes no nos acordábamos.
En las estaciones está todo indicado con precisión. Por ejemplo pone “línea Ginza 25 metros”, “línea Shinjuku, 60 metros”. Y allí te la encuentras. Lo que es un poco lío son las estaciones. No hay un par de salidas como en las estaciones de la mayoría de metros europeos. Muchas estaciones están integradas en los sótanos de edificios o en estaciones de tren más grandes y hay muchísimas salidas. Sobre todo en las estaciones importantes, es importante mirar por donde tienes que salir para ir a donde quieras ir, porque sino lo más probable es que te pierdas. Hay mapas en inglés en todas las estaciones y también lo puedes mirar en Google Maps.
Otra complicación añadida son las direcciones. No hay calles y números como en la mayor parte del mundo. Las direcciones tienen un nombre de calle y tres números separados por guiones que se refieren al número de manzana y de edificio. Pero éstos no son siempre consecutivos ni tienen porqué tener un orden lógico. Como consecuencia, si por ejemplo preguntas en la calle por un restaurante con una dirección lo más probable es que el japonés de turno no sepa donde está.
Eso es precisamente lo que nos pasó la primera tarde en Ginza. Miré un restaurante en la guía que ponía “Ginza” en la dirección. Me imaginé que era en la calle Ginza. Incluso con mapa y todo y preguntando, no lo encontramos. Los restaurantes están muchas veces en pisos por lo que son más difíciles de encontrar. Dimos unas vueltas por el barrio (que nos encantó, mucho neón, muy elegante) pero el hambre apretaba. Nos resultó muy difícil encontrar un restaurante con buena pinta. Como era a deshora estaban todos cerrados. Acabamos metiéndonos en un sitio bastante infecto. Carta sólo en japonés. La persona que nos atendió no hablaba ni una palabra de inglés. Pedimos con ayuda de unas fotos minúsculas que había en la carta. La comida no nos gustó.
Esta primera experiencia nos sirvió para darnos cuenta de que es mejor limitar la improvisación. Tenía la idea de que se comía muy bien en Japón en muchos sitios. Es cierto, luego lo comprobamos sobradamente. Pero tienes que tener cuidado con los horarios. En Tokyo puedes encontrar restaurantes abiertos a deshora pero no es tan fácil como podrías suponer tratándose de una gran ciudad. Hay muchísimos restaurantes pequeños que cierran por la tarde.
Salimos de “comer” y vimos un sitio con cola en la puerta (un clásico japonés) que se llamaba “Manneken” y que vendía gofres belgas. Los niños se lanzaron y nos tomamos cada uno un gofre de postre.
Luego nos fuimos de compras. Llevábamos prácticamente todo el viaje en verano y con temperaturas suaves. En Tokyo hacía frío y teníamos que comprar urgentemente algo de ropa de abrigo. Nos fuimos a la tienda de Uniqlo en Ginza, una marca de ropa económica pero en plan trendy. Tienen unos plumíferos que abrigan mucho y que son muy baratos. Se compraron Mónica, Yago y Carmen. La tienda muy chula. También entramos en Abercrombie, esa tienda llena de chavalitos hipermusculados donde no ves lo que estás comprando porque está todo oscuro y tampoco puedes preguntar porque la música está tan alta que apenas escuchas lo que te dicen.
Hacia las 7 y media de la tarde decidimos que ya estaba bien para el primer día y nos volvimos en metro hacia el hotel. De camino vimos un sitio de sushi y nos metimos a cenar. Sin ser nada extraordinario, la cosa fue bastante mejor que en el sitio anterior.
En el hotel tuvimos nuestro primer contacto con los inodoros japoneses, los míticos Toto. Este comentario es un poco escatológico pero no lo puedo evitar. Para los que no hayáis oído hablar de ellos, en Japón los wc tienen una función bidé incorporada. En los más sencillos puedes regular la presión. Luego los hay más sofisticados que puedes regular la temperatura y la apertura del chorrito, te calientan la tapa antes de sentarte, la tapa se abre y se cierra automáticamente, te secan con aire caliente, tienen incorporado un desodorizador con ozono… Los hay incluso que tienen una función que hace sonar ruido de agua, para enmascarar otros sonidos menos agradables. Tengo que decir que era muy escéptico sobre todo esto pero después de estar un par de semanas en Japón, soy todo un fan.
Al día siguiente nos fuimos a Shibuya, otro de los barrios de Tokyo, donde está el famoso cruce por el que dicen que pasan un millón de personas al día. No sé si son tantas, pero lo que es cierto es que son muchas. Cada vez que se pone en verde es como una avalancha. Además, como se puede cruzar en diagonal, hay gente en todas direcciones. Por lo demás Shibuya es un mundo de neón, lleno de jovencitas a la moda japonesa, es decir, como si fueran disfrazadas. Se lleva mucho el pelo rubio, las pestañas postizas gigantes y los tacones altísimos. Entramos en el Shibuya 109 de chicas, un centro comercial donde se compran la ropa. Es algo que hay que ver.
Otro detalle curioso. En muchas calles de Tokyo no se puede fumar, salvo en unas zonas señalizadas, donde la gente se amontona.
En Shibuya tuvimos otro momento genuinamente japonés. Entramos en una sala de juegos. Llamarle sala es poco, son más bien edificios de varias plantas, cada una de ellas especializada en un tipo de juego. En la planta baja hay las típicas vitrinas con grúa para pescar peluches y otras monerías. Y también hay unas cabinas que están haciendo furor entre las jóvenes que se llaman “Photo party”. Al parecer se meten solas o en grupo y se hacen fotos. La máquina las retoca para agrandarles los ojos y ponerles la piel más blanca y luego ellas pueden pintar cosas o hacer retoques en la pantalla.
Hay también un juego con unos tambores que les gusta mucho. Si habéis visto Lost in Translation sale en la película un tipo jugando. Juegan dando saltos, siguiendo el ritmo de la música.
En las plantas de arriba había todo tipo de juegos y los niños estuvieron probando. Alguno era como para gemelos.
Y luego está el Pachinko, que es un vicio nacional. Hay edificios enteros con cientos de máquinas de jugar al pachinko. Cuando cierran las oficinas se llenan de japoneses de todas las edades, cada uno enfrente de su máquina. No sé muy bien si es un juego de azar pero no dejan entrar menores de 18 años. El ambiente es un poco sórdido.
Desde Shibuya nos fuimos dando un paseo hasta Harajuku y la calle Takeshita Dori. Es una calle estrecha llena de tiendas para jóvenes. Es una locura. La gente va vestida de forma de lo más estrafalaria y te encuentras desde tiendas góticas hasta punks, renacimiento rococó, lolita o colegiala sexy. Carmen se probó algún complemento pero lo encontramos todo un poco exagerado… Aquí volveríamos el sábado a repasar.
Otra curiosidad. Hacía bastante frío. Lo normal en cualquier país europeo es ver a gente usando pañuelos. Aquí no debe estar bien visto porque no ves a nadie sonándose en la calle o en el metro. Lo que no entiendo es como lo pueden evitar. En una tienda vimos como unos tapones de algodón que se meten en la nariz. ¿Quizá usan esto?
Muy cerca de Takeshita está la calle Omotesando, que es una de las más famosas en plan comercial, y también es como un desfile de modelos. De hecho hay fotógrafos que se ponen en la calle y los fanáticos de la moda se pasean por allí a ver si tienen su minuto de gloria en alguna revista. El sábado volveríamos para verlo más animado.
Eran más de las 2 de la tarde y no habíamos comido. Decidimos coger el metro e irnos a Shinjuku y comer algo por allí antes de visitar el barrio de la electrónica que hay cerca de la estación.
En el metro vimos una escena graciosísima. Un niño muy pequeño que volvía del colegio hablando por teléfono. Aquí la seguridad es tal que ves a niños pequeñísimos yendo al colegio solos en metro o andando por la calle.
En Shinjuku encontramos una zona con muchos restaurantes pero la verdad es que no tenía buena pinta ninguno. Nos metimos en uno que estaba en el primer piso. De nuevo carta en japonés, fotos minúsculas y ni idea de inglés. Pedimos una cosa que entendimos que eran alitas de pollo y resultó ser cartílago de pollo empanado y frito. Creo que es esa parte blanca cartilaginosa que separa las pechugas de pollo, pero no estoy seguro. Os aseguro que comerlo era tan desagradable como os podéis imaginar. Otro fracaso gastronómico que (menos mal) fue el último de nuestra estancia en Japón.
Al salir vimos una tienda que nos llamó la atención. Decía “enseres variados para adultos” pero allí lo único que había eran disfraces de colegialas y de niñas tamaño mujer. Cada uno que extraiga su conclusión. Parece que el tema les apasiona. Tanto, que hay un grupo musical compuesto por cerca de 90 veinteañeras vestidas de colegialas que está causando furor entre los japoneses, y no sólo jóvenes, sino también entre los maduritos. Están divididas en 3 “equipos” y tienen unas reglas de comportamiento muy estrictas. Cuando estábamos en Japón cazaron a una de las líderes pasando la noche en casa de un bailarín y se montó una buena. La niña se afeitó la cabeza y puso un vídeo en youtube en plan Sinead O’Connor pero en plan arrepentida, llorando y pidiendo perdón por la cosa tan horrible que había hecho. Tanta perfección tiene que reventar por algún sitio.
Nos fuimos al barrio de la electrónica de Shinjuku. Muy llamativo en el atardecer con todo el neón . Hay unas tiendas enormes llenas de todo tipo de aparatos enchufables y sus accesorios.
¿Te hace falta una carcasa para el móvil?
Los niños se han aficionado muchísimo a la fotografía. Estaban como locos por ir a ver tiendas de cámaras. Aquí tienen todo tipo de cámaras en exposición que puedes probar, con batería cargada, distintos objetivos, etc. Los niños por ejemplo probaron la mejor cámara de Canon, el modelo profesional 1D-X y también la mejor de Nikon, la D4. Como veis en la foto detrás tenían prácticamente todos los objetivos de Canon. Lo mismo con Nikon y otras marcas. Eso sí, las tiendas son totalmente asiáticas, todo abarrotado, los productos amontonados uno al lado del otro. Vamos, no muy atractivo en la presentación. Pero aquí el que viene a comprar sabe lo que busca y lo encuentra.
Shinjuku está lleno de oficinas y a partir de las 5 de la tarde había riadas de gente saliendo de trabajar. Prácticamente todos hombres, vestidos de oscuro y solos. Hacia las 7 decidimos cenar y encontramos un sitio con bastante buena pinta. Entramos y la verdad es que cenamos un sushi excelente. La señora que nos atendió, cerca de los 60, hablaba bastante bien inglés. Nos contó que había vivido en Estados Unidos hacía muchos años. El ambiente era un poco raro. Nos tocó en el piso de abajo. Al lado había una mesa con tres hombres talluditos, salidos de trabajar, que cuando llegamos ya habían terminado y estaban dándole bien al sake. Aquí es todo una tradición el salir con el jefe a cenar después de la oficina. Y no está mal visto que tomen un poco de más. Al parecer es el momento en el que los protocolos y rigideces de la oficina se flexibilizan y puedes tratar de convencer a tu jefe o a tu compañero de algo. Es como una extensión del tiempo de trabajo. En la barra que había a nuestro lado había una señora sola bebiendo sake y hablando con el que preparaba el sushi. En fin el ambiente era peculiar.
Al día siguiente nos levantamos para ir a visitar Roppongi, otro barrio muy famoso de Tokyo. Fuimos andando desde nuestro hotel. En el camino paramos en la residencia del General Nogi, un héroe de las guerras contra China del siglo XIX que en 1912 se suicidó con su mujer de forma ritual el día del funeral del emperador Meiji. La casa es curiosa, con un jardín agradable y un templo muy bonito al lado.
De camino también paramos un poco a ver el Tokyo Midtown, un desarrollo urbanístico construido en 2007 alrededor de un rascacielos. El entorno es muy agradable pero lo que más me llamó la atención es el centro comercial que hay en las primeras plantas. Habitualmente no me impresionan los centros comerciales, pero este es tan bonito y elegante que le recomendaría a cualquiera la visita. Al lado también visitamos la galería de la marca de cámaras Fuji, con un pequeño pero interesantísimo museo sobre la historia de la fotografía y un par de exposiciones de fotos, una que nos animó mucho a exponer nosotros también (no valía mucho) y la otra de paisajes de un señor mayor que nos encantó.
En los jardines del Tokyo Midtown vimos el primer perro vestido con carrito. Veríamos más de estos, pero éste llevaba hasta zapatos. El carrito, efectivamente, es para el perro, no hay niño.
Llegamos al famoso cruce de Roppongi donde hay un scalextric que atraviesa todo el barrio. Es un sitio muy animado con muchos restaurantes y bares.
En el paseo vimos un supermercado y entramos. Todo una experiencia. Mónica y yo coincidimos que si tuviésemos que comprar tardaríamos 3 horas. Hay muchísimas cosas que no sabes lo que son. Pero está todo tan pulcramente presentado que da ganas de llevárselo.
Cuatro almejas, cinco euros.
Mucha carne cortada en lonchas finas para las típicas preparaciones japonesas (sukiyaki, shabu-shabu). Todo ordenado que parece puesto para un anuncio. Las empleadas con uniforme como de monja.
Pasamos también por una farmacia. Aquí te tienes que fiar del farmacéutico. Mónica estaba un poco acatarrada y le dieron esto.
Fuimos a comer al Gonpachi, que nos habían recomendado Javier y Cristina. Es donde se grabó la película de Tarantino Kill Bill. El sitio es muy chulo y comimos fenomenal. Pedimos un menú de 9 platos (bueno, platitos). En Tokyo es curiosísimo que en muchos restaurantes relativamente caros los menús a la hora de comer son baratísimos.
Después de comer fuimos a Roppongi Hills. Es un rascacielos de apartamentos, de los más caros de Tokyo. Lo hizo hace unos diez años un tipo muy rico llamado Mori, que durante 18 años compró poco a poco todos los terrenos de la zona. En la calle hay una escultura famosa de una araña.
En el piso 56 hay un mirador desde donde tienes una buena vista de Tokyo. Te das cuenta que apenas hay zonas verdes. Es un mar de asfalto y hormigón.
Después fuimos al museo Mori, de arte moderno, y vimos una exposición de estas inclasificables. Lo que no hay que negarle al tipo es la imaginación, tenía cosas completamente distintas. Había árboles que en lugar de frutas daban cabezas humanas. Unos cuadros hechos como en mosaico de cristal de colores. Una sala entera recubierta como de intestinos rosas. Un video de él mismo llamando por teléfono a números desconocidos. Una Nintendo DS con las fotos de los primeros ministros japoneses desde la segunda guerra mundial pasando rápidamente. Una especie de tienda de campaña abarrotada de peluches, souvenirs, objetos de todo tipo… Una instalación que se llamaba “instalación para intento de suicidio” que consistía en una banqueta, una soga casera y un video explicativo (también había versión para niños). Una sala enorme que le daba el nombre a la exposición que consistía en alrededor de cien esculturas de cartón, la mayoría a medio hacer, con la mesa para trabajar, la materia prima y las herramientas, todo allí mismo. Había también una sala sólo para adultos, donde había dibujos de mujeres desnudas con las piernas cortadas y un curioso video en el que aparecía el artista de espaldas desnudo masturbándose delante de una obra de arte. La verdad es que no nos extrañó cuando Carmen vio un banco blanco y preguntó “¿esto es arte?” para saber si podía sentarse.
Volvimos al barrio del hotel y cenamos en un sitio cerca. Cenamos fenomenal y hubo un par de días que quisimos volver pero estaba todo reservado. Lo que más nos gustó fueron unas almejas buenísimas que abren a la plancha y luego rocían en la mesa con una sopa muy suave de cebolla. Riquísimas.
A la mañana siguiente nos íbamos de Tokyo por un día a ver los monos de nieve cerca de Nagano.
Jorge
2 Responses to “Primeros días en Tokyo”
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QUE SUERTE!!! este viaje a Japòn es mi sueño!, me alegro que esteis disfrutando tanto de Japòn, os veo muy bien y a los niños màs mayores. Un beso muy fuerte para todos. Reyes
Vaya Master en metro de Tokyo y sin anestesia, jaja… Muy interesante todo, aunque consumismo a tope, en directo tiene que saturar un poco o no? Que bueno saber de vosotros, estaba un poco preocupada por la sequía informativa, muchos besos. Belén